lunes, 1 de octubre de 2007

Esto lo estoy tocando mañana*

"Acá la calidad no cuenta, cuenta llenar el espacio. Los medios de comunicación se manejan como si fueran fábricas de bulones. Las cualidades tradicionales que debía tener un periodista para hacer carrera (curiosidad, cultura general, dominio del idioma, espíritu crítico y rigor profesional) han sido sustituidas por otras nuevas: bajo costo y docilidad ante las presiones y decisiones empresariales, por torcidas que ellas sean".

Lo dijo Leonardo Haberkorn en PlanB. A mí me llevó tres entregas de columna en Florida On Line intentar decirlo, metiéndome hasta con la transversalización de las relaciones de poder de la que hablaba Foucault, y pienso que no llegué a redondear la idea. Haberkorn lo deja explícito con bastante menos dificultad (está claro), y en unas sesenta palabras. El artículo se puede leer en las páginas del matutino o yendo a http://cursosparalelos.blogspot.com/.

Convencido de que estamos hablando, desde otras estructuras y concepciones, de lo mismo o en su defecto de algo bastante parecido, voy a la búsqueda -para compartirlos- de estos párrafos de Gabo que leí hace ya bastante tiempo.

Son 'palabras pronunciadas ante la 52a. asamblea de la Sociedad Interamericana de Prensa SIP, en Los Angeles, U.S.A., octubre 7 de 1996', tal como detalla la página de la Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano, que es de donde las levanto.

A una universidad colombiana se le preguntó cuales son las pruebas de aptitud y vocación que se hacen a quienes desean estudiar periodismo y la respuesta fue terminante: "Los periodistas no son artistas". Estas reflexiones, por el contrario, se fundan precisamente en la certidumbre de que el periodismo escrito es un género literario.

Hace unos cincuenta años no estaban de moda las escuelas de periodismo. Se aprendía en las salas de redacción, en los talleres de imprenta, en el cafetín de enfrente, en las parrandas de los viernes. Todo el periódico era una fábrica que formaba e informaba sin equívocos, y generaba opinión dentro de un ambiente de participación que mantenía la moral en su puesto. Pues los periodistas andábamos siempre juntos, hacíamos vida común, y éramos tan fanáticos del oficio que no hablábamos de nada distinto que del oficio mismo. El trabajo llevaba consigo una amistad de grupo que inclusive dejaba poco margen para la vida privada. No existían las juntas de redacción institucionales, pero a las cinco de la tarde, sin convocatoria oficial, todo el personal de planta hacía una pausa de respiro en las tensiones del día y confluía a tomar el café en cualquier lugar de la redacción. Era una tertulia abierta donde se discutían en caliente los temas de cada sección y se le daban los toques finales a la edición de mañana. Los que no aprendían en aquellas cátedras ambulatorias y apasionadas de veinticuatro horas diarias, o los que se aburrían de tanto hablar de lo mismo, era porque querían o creían ser periodistas, pero en realidad no lo eran. El periódico cabía entonces en tres grandes secciones: noticias, crónicas y reportajes, y notas editoriales. La sección más delicada y de gran prestigio era la editorial. El cargo más desvalido era el de reportero, que tenía al mismo tiempo la connotación de aprendiz y cargaladrillos. El tiempo y el mismo oficio han demostrado que el sistema nervioso del periodismo circula en realidad en sentido contrario. Doy fe: a los diecinueve años -siendo el peor estudiante de derecho- empecé mi carrera como redactor de notas editoriales y fui subiendo poco a poco y con mucho trabajo por las escaleras de las diferentes secciones, hasta el máximo nivel de reportero raso. La misma práctica del oficio imponía la necesidad de formarse una base cultural, y el mismo ambiente de trabajo se encargaba de fomentarla. La lectura era una adicción laboral. Los autodidactas suelen ser ávidos y rápidos, y los de aquellos tiempos lo fuimos de sobra para seguir abriéndole paso en la vida al mejor oficio del mundo - como nosotros mismos lo llamábamos.

Alberto Lleras Camargo, que fue periodista siempre y dos veces presidente de Colombia, no era ni siquiera bachiller. La creación posterior de las escuelas de periodismo fue una reacción escolástica contra el hecho cumplido de que el oficio carecía de respaldo académico. Ahora ya no son sólo para la prensa escrita sino para todos los medios inventados y por inventar. Pero en su expansión se llevaron de calle hasta el nombre humilde que tuvo el oficio desde sus orígenes en el siglo XV, y ahora no se llama periodismo sino Ciencias de la Comunicación o Comunicación Social. El resultado, en general, no es alentador.
Los muchachos que salen ilusionados de las academias, con la vida por delante, parecen desvinculados de la realidad y de sus problemas vitales, y prima un afán
de protagonismo sobre la vocación y las aptitudes congénitas. Y en especial sobre las dos condiciones más importantes: la creatividad y la práctica.

ALGUNAS SELECCIONES

"Los que no aprendían en aquellas cátedras ambulatorias y apasionadas de veinticuatro horas diarias, o los que se aburrían de tanto hablar de lo mismo, era porque querían o creían ser periodistas, pero en realidad no lo eran".

"La misma práctica del oficio imponía la necesidad de formarse una base cultural, y el mismo ambiente de trabajo se encargaba de fomentarla. La lectura era una adicción laboral. Los autodidactas suelen ser ávidos y rápidos..."

(*) Parlamento de Johnny en 'El Perseguidor', de Cortázar