Después de las internas Astori y Mujica tuvieron algunos días de negociación. Fue una negociación que se cerró, inconclusa, con un abrazo que se pareció bastante a cuando Isaac Rabin y Arafat se estrecharon la mano en la Casa Blanca. El efecto fue negativo.
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“Hola. Mañana a las diez y cuarto nos vemos y nos abrazamos”. “Ok”.
Más chocó por tener entre sus protagonistas a Mujica, una figura que durante tanto tiempo ha intentado jugar el papel de actor político que está absolutamente desligado de la dependencia de la imagen y de las estrategias de asesores. Sucumbió hace tiempo. Esto fue, en todo caso, la estocada final.
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El domingo de noche Pedro Bordaberry hizo creer que él, espontáneamente, había decidido que votaría a Luis Alberto Lacalle en noviembre. Da lugar a que hoy, ofuscados, los frenteamplistas hagan circular un kilo de arroz Samán (“rojo, pero blanco bien blanco”) con la esfinge del candidato colorado. Para colmo, se vuelve blanco “en sólo 8 minutos”. Era un centro a cabecear.
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Si esto no fuera así (si la alianza no estuviera ya acordada), lejos estaría el candidato presidencial de un partido de poder adelantarse a la resolución de la mesa ejecutiva de su colectividad. ¿Y si el ejecutivo colorado decidía dar libertad de acción? ¿Qué hacía Bordaberry? ¿Dónde quedó lo manifestado por el propio candidato de no descartar la posibilidad de un gobierno de coalición con el FA?
Evidentemente la alianza entre colorados y blancos para el balotaje era un compromiso cerrado desde antes, y me animaría a decir que con algunos ítems ya acordados. Como el Partido Colorado como tal no podía decirlo esa misma noche, casi lo mismo era que lo dijera su candidato. Horas más tarde, el Partido Colorado hará como que analiza lo que ya analizó, y como que resuelve lo que, evidentemente, ya resolvió. Algo para nada espontáneo.
Se me ocurre que es, entonces, ingenuo creer que a Bordaberry, como Saman, le basten 8 minutos para cocinarse y ser “rojo, pero blanco, bien blanco”.