El resultado de la elección de los jóvenes blancos deja dos lecturas demasiado evidentes: una bastante alentadora, y la otra sumamente preocupante. Ambas deberían generar el mismo efecto tanto para la interna partidaria como para la ciudadanía en su conjunto, aunque puntualmente en el primer aspecto (el positivo) debe también encender una luz en la interna frenteamplista.
El aspecto alentador es el masivo nivel de concurrencia, tratándose de una franja etaria que se manifiesta desinteresada o descreída de la actividad política. El extenso abanico de posibilidades que tuvieron los jóvenes blancos, así como el nivel de adhesión, generan por igual la estructuración de bases de participación. En síntesis: se solidifica la vida partidaria al dar cabida a decenas y decenas de personas por facción (cada lista tenía más de cien nombres), generándose automáticamente un efecto de purga interna y de recambio de camadas. La solidificación de un partido, la vida interna de los sectores que lo componen, son elementos que apoyan a la solidificación de la democracia, y muy especialmente en el régimen representativo. Lo peor que le puede ocurrir al sistema es tener partidos y sectores compuestos únicamente de líderes o cúpulas (árbol sin raíces no aguanta parado ningún temporal).
Ese mismo aspecto es también una luz que se le enciende a la interna partidaria oficialista, tanto a nivel nacional como departamental. El discurso del FA, sus señales (las señales construyen mucho), el modo de comunicar y su campo abierto a la participación, han alejado a la fuerza política de las esferas juveniles. Han abierto las venas de la estructura y del gobierno hacia la gerontocracia. Como si fuera poco, a no ser por contadas y celebrables excepciones, ‘sesentones largos’ y ‘setentones’ aspiran a continuar su ‘carrera política’, sin demostrar el mínimo interés a desatornillarse ni a ceder en ‘luchas’ de territorios. Sucede tanto a nivel nacional como departamental, y muchas veces no se maneja como argumento ninguna demostración de capacidad, idoneidad o lucidez, sino simplemente argumentos de la talla de
‘ha estado siempre’ o
‘se lo merece por su militancia’ (afortunadamente en su último Congreso Departamental la
Alianza Progresista decidió tomar cartas en el asunto para intentar variar esa realidad. ¡Felicitaciones por el ejemplo y el baño de realismo dado!!).
Pero la elección de los jóvenes blancos tiene también una conclusión preocupante, incluso lo es más para la ciudadanía toda que para la interna blanca. La lista ganadora fue la 62000, nacida en la
Agrupación Manuel Oribe y liderada por
Mauro Guzmán, apadrinado por el actual diputado
Carlos Enciso.
Guzmán es funcionario municipal, habiendo pasado actualmente en comisión a la secretaría de Enciso. Ingresó directamente (sin concurso ni sorteo) en el escalafón más bajo, siendo ascendido en poco menos de tres meses tantos grados como a otros municipales les ha llevado más de una década. Su único mérito ha sido ser dirigente de la lista 62. Fue por el mismo motivo el encargado de la oficina de la Juventud de la IMF durante el período blanco. Antes, también por la misma razón, había sido contratado por el Ministerio de Deportes durante el mandato de
Jaime Trobo.
Concretamente:
Guzmán tal vez no sea más que la síntesis de una escuela política tradicional, que quedó en evidencia durante el anterior período de gobierno (amiguismo y clientelismo, sumándosele hechos de corrupción que llevaron a la prisión a
Andrés Arocena).
La mayoría de los jóvenes blancos se han decidido por apoyar a la figura de Arocena a través de sus diferentes listas, y en particular a la de
Mauro Guzmán.
En la etapa de la vida donde el ser se entiende ‘más puro’ y ‘sumergido en sus principios’, se apoya a un perfil comprobadamente amiguista y que multiplica el desprestigio a la imagen de la actividad política.
Poco informado podría estar alguien que toma esa decisión, o poco valora su voto.Un sociólogo y economista radicado en Florida me narraba hace unos meses una situación que se vive en algunos poblados mexicanos (país donde estuvo radicado): no es un mérito para el político ser honesto, transparente y llevar una vida austera.
“Si no agarró pa’ él, qué me va a dar pa’ mí”, o
“A mí no vengan a darme. Pónganme dónde haya que yo me sé servir solito”, son reflexiones que parten de muchos ciudadanos. Triste sería pensar que vamos en ese camino.