Fue en noches de carnavales, que sentimos al pasar, la pregunta de aquel niño "¿qué es un call center, mamá?
Como la madre respondió: "call center es el lugar donde trabajan los telemarketer, y no me preguntes más porque te bajo de un moquete", me he visto en la obligación de desarrollar un poco. Ya lo haré en un próximo post. Apenas como titular podría decir que call center, al menos en Florida, es un lugar que te hace recordar la propaganda de Netgate en El Espectador: "trabajás acá y cobrás allá", pero con una alteración para nada menor: (sería) "trabajás acá, aunque tenés que decir que trabajás allá".
jueves, 13 de marzo de 2008
miércoles, 12 de marzo de 2008
A pesar de todo me siento bien
Complicado omitirlo. Bicho raro si los ha habido en la televisión argentina. Tenía un día, sentada frente a las cámaras, a Katja Alemann, la actriz ex-esposa de Omar Chabán (en ese entonces recientemente procesado por la tragedia de Cromagnon). En medio de la entrevista ésta no aguanta más y larga el llanto, pero quiere seguir hablando. Guinzburg le dice que no, que mejor era ir a un corte, para después volver y hablar tranquila. Con seguridad las mediciones aumentaron en esos minutos y la espera al siguiente bloque fue sumando televidentes. Pero, como cachetada al morbo, si bien al regreso Katja quiso retomar el tema, Guinzburg le dijo que no tenía por qué respondenrle, así que a otra cosa mariposa.
Es una cuestión estúpidamente básica, pero -en medio de la carnicería televisiva argentina- trasluce los valores inmaleables que unos pocos siguen conservando.
martes, 11 de marzo de 2008
Cosas para comentar en la aldea
“Un crimen pa comentar / un samba pa divertir / Dios le pague” (Chico Buarque)
Terrible espectáculo. Escalofriante. Un niño tendido en el hormigón, tapado por una sábana blanca, y familiares que llegan de a uno hasta la esquina no pudiendo evitar el llanto apenas se topan con la escena. Doce años, no más que eso, y un choque con un ómnibus terminó de golpe con todo. Fue en el instante, como sucede casi siempre que es atropellado a nivel del cráneo. Es terrible.
El silencio es casi sepulcral en la esquina. Prácticamente pueden sentirse los clicks de las cámaras. ‘Casi’, porque son las 11 de la mañana, es una zona de circulación constante y en las calles paralelas, a cien metros, todo sigue normalmente. ‘Casi’ porque policías van y vienen. ‘Casi’ porque hay llantos y quejidos desgarradores de una familia, entre abrazos; y ‘casi’ porque decenas de decenas de personas están ahí en silencio, aunque casi en silencio, pues el murmullo parece una inevitable cortina ambiental.
Los que no tenemos otra que ir a sacar al menos una foto o, en el caso de los canales, algunas tomas, parecíamos coordinados: estuvimos no más de lo necesario para hacer lo nuestro. Incluso postergamos para la tarde el recabar los datos básicos, para salir de allí. El movilero de la radio parecía escondido, colocado, después de ver todo, en una posición desde la cual ya no veía el cuerpo.
Vecinos, conocidos o no, sujetos que llegan desde varias cuadras de distancia, se estancan ahí trazando una circunferencia en la esquina, como esperando algo. Si algo iban a ver, ya lo vieron: un niño que perdió la vida y una familia desesperada. No entiendo. Hago fuerza y no entiendo.
Después de las primeras dos o tres fotos, siento a pocos metros que una mujer habla con un conocido. Amamantaba un bebé de poco menos de un año parada en la esquina, mientras miraba todo aquello como quien mira la novela de las tres de la tarde. La escucho comentar que su hija, de la misma edad de la víctima, fue testigo muy cercana de lo ocurrido. Pensando que en la crónica tendré que narrar la parte fundamental de la secuencia, se me ocurre preguntarle cómo se dio el accidente. Es decir por dónde venía cada cual, dónde fue a dar contra el ómnibus, o mejor dicho en qué parte de éste, etc.. Palabras más, palabras menos: “No sé bien, porque ella llegó como loca a casa, porque vio cuando el ómnibus lo atropelló. Me parece que quedó mal (supongo que quiso decir ‘afectada’ o ‘shockeada’). Se ve que vio todo de cerca, y quedó como loca. Yo me vine para acá enseguida a ver cómo era, pero ahora después voy a volver a casa para ver cómo está, porque me parece que vio todo de cerca y quedó mal”.
Lo peor es que a este caso puntual, propio de alguien que no tuvo, ni biológicamente ni pedagógicamente, todas las herramientas a su alcance para razonar lo más lógico, se sumaban decenas y decenas, cien o doscientos “curiosos”, como los llaman en las crónicas policiales. Había conocidos profesionales incluidos en la masa de “curiosos”. Haciendo nada. Mirando. No sea cosa que después se hable del caso en el barrio o en el trabajo y uno no pueda decir “yo estuve ahí” (viendo cómo se desgarraba una familia frente a su niño muerto, tirado en el pavimento).
Mientras me retiro y siento que un trabajador de la obra de la otra esquina, en la UTU, se queja en voz alta "¡qué están mirando, cada cual para su casa!", se me vienen, inevitables, los versos de Chico Buarque en Dios le Pague. Para eso estamos o vale la pena estar, según parece. Dentro de algunos años aquí también morirán a contramano entorpeciendo el tránsito, por ahora no; sirven para poder verlo en vivo.
Terrible espectáculo. Escalofriante. Un niño tendido en el hormigón, tapado por una sábana blanca, y familiares que llegan de a uno hasta la esquina no pudiendo evitar el llanto apenas se topan con la escena. Doce años, no más que eso, y un choque con un ómnibus terminó de golpe con todo. Fue en el instante, como sucede casi siempre que es atropellado a nivel del cráneo. Es terrible.
El silencio es casi sepulcral en la esquina. Prácticamente pueden sentirse los clicks de las cámaras. ‘Casi’, porque son las 11 de la mañana, es una zona de circulación constante y en las calles paralelas, a cien metros, todo sigue normalmente. ‘Casi’ porque policías van y vienen. ‘Casi’ porque hay llantos y quejidos desgarradores de una familia, entre abrazos; y ‘casi’ porque decenas de decenas de personas están ahí en silencio, aunque casi en silencio, pues el murmullo parece una inevitable cortina ambiental.
Los que no tenemos otra que ir a sacar al menos una foto o, en el caso de los canales, algunas tomas, parecíamos coordinados: estuvimos no más de lo necesario para hacer lo nuestro. Incluso postergamos para la tarde el recabar los datos básicos, para salir de allí. El movilero de la radio parecía escondido, colocado, después de ver todo, en una posición desde la cual ya no veía el cuerpo.
Vecinos, conocidos o no, sujetos que llegan desde varias cuadras de distancia, se estancan ahí trazando una circunferencia en la esquina, como esperando algo. Si algo iban a ver, ya lo vieron: un niño que perdió la vida y una familia desesperada. No entiendo. Hago fuerza y no entiendo.
Después de las primeras dos o tres fotos, siento a pocos metros que una mujer habla con un conocido. Amamantaba un bebé de poco menos de un año parada en la esquina, mientras miraba todo aquello como quien mira la novela de las tres de la tarde. La escucho comentar que su hija, de la misma edad de la víctima, fue testigo muy cercana de lo ocurrido. Pensando que en la crónica tendré que narrar la parte fundamental de la secuencia, se me ocurre preguntarle cómo se dio el accidente. Es decir por dónde venía cada cual, dónde fue a dar contra el ómnibus, o mejor dicho en qué parte de éste, etc.. Palabras más, palabras menos: “No sé bien, porque ella llegó como loca a casa, porque vio cuando el ómnibus lo atropelló. Me parece que quedó mal (supongo que quiso decir ‘afectada’ o ‘shockeada’). Se ve que vio todo de cerca, y quedó como loca. Yo me vine para acá enseguida a ver cómo era, pero ahora después voy a volver a casa para ver cómo está, porque me parece que vio todo de cerca y quedó mal”.
Lo peor es que a este caso puntual, propio de alguien que no tuvo, ni biológicamente ni pedagógicamente, todas las herramientas a su alcance para razonar lo más lógico, se sumaban decenas y decenas, cien o doscientos “curiosos”, como los llaman en las crónicas policiales. Había conocidos profesionales incluidos en la masa de “curiosos”. Haciendo nada. Mirando. No sea cosa que después se hable del caso en el barrio o en el trabajo y uno no pueda decir “yo estuve ahí” (viendo cómo se desgarraba una familia frente a su niño muerto, tirado en el pavimento).
Mientras me retiro y siento que un trabajador de la obra de la otra esquina, en la UTU, se queja en voz alta "¡qué están mirando, cada cual para su casa!", se me vienen, inevitables, los versos de Chico Buarque en Dios le Pague. Para eso estamos o vale la pena estar, según parece. Dentro de algunos años aquí también morirán a contramano entorpeciendo el tránsito, por ahora no; sirven para poder verlo en vivo.
lunes, 10 de marzo de 2008
viernes, 7 de marzo de 2008
Saludablemente preocupante
"De cada pueblo un paisano". Alfredo Etchegaray y el Ñato Fernández Huidobro. Néber Araújo y Miguel Fernández Galeano. Cada uno por su lado, pero todos entreverados. Eso sí, los tres ex presidentes postdictadura: Sanguinetti, Lacalle y Batlle, los tres juntitos (por disposición de sillas, claro está). Juan Raúl en primera fila junto a Didier Operti y, a su izquierda, en qué otro lugar, Juan Andrés Ramírez. Danilo Arbilla, Mujica, Bordaberry. Andrés Arocena y Juan Justo Amaro (que tiempo de conversar y todo tuvieron, lo que me deja la intriga si llegaron a aclarar aquella arenga del senador colorado a sus seguidores a votar por el FA "antes que a estos delincuentes".) . El Guapo hablando a las masas trajeadas en un panorama por demás espeso e incomodante (gracias a la 'refrigeración' de los baños pude sobrellevarla, pero estaba 'salado mismo' querer avanzar). Pero pese a ese clima tan heterogéneo, el aspecto general estaba bastante marcado. Tal vez la crónica de La Diaria resuma la escena en un párrafo: "...el salón Punta Brava del lujoso hotel Sheraton estaba repleto, verdaderamente inundado, sobre todo de trajes, corbatas y distingudas señoras con vestidos de gala, o que sin llegar a tal extremo olían a perfumes carísimos. También se podía ver a pequeños grupos de jóvenes de vaqueros, zapatos leñadores y camisas a cuadros, o celestes lisas, con sweaters al hombro. Una estampa nacionalista post moderna."
Gracias a la gentileza de Julio Arocena Pons (a quien, o a cuyo entorno, dedicaremos otro post), llegamos al Sheraton a la presentación de la Fundación Wilson Ferreira Aldunate. El simbolismo democrático de las concurrencias más diversas (incluídos Pablo Mieres y Aldo Lamorte), no pudo aplacar mi preocupación por tantas almas glamorosas afectas a ideales, o tantos idealistas afectos al glamor. Estaba tan de gente VIP la cosa que a Hernán Patiño Myer se le escapó la tortuga, llevándose una pipa a los labios durante algunos segundos (en un salón cerrado inundado de cámaras, la mía incluída -pero también se me escapó la tortuga- ésa era LA toma). El culpable fue el Guapo, que largó una serie de metáforas que hablaban de "piquetes más invulnerables que los del litoral" (palabras más, palabras menos), ante lo cual el embajador, que -supo- podía llegar a ser centro de miradas para ver qué tal su rostro, devolvió la pipa a uno de los bolillos.
En fin, tanto glamor democrático me preocupa; tantos paisanos de cada pueblo en uno solo puede ser un inconveniente, pese a lo saludable que parezca, y peor si ese pueblo es "exclusivo". Por suerte, hoy abro La Diaria y veo a Julio María llegando a la cancllería en un coche de los '70 u '80 (creo que es un Chevette) con algunos 'detalles' en la chapa. Ya me estaba empezando a preocupar.
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