El viernes María Cecilia salió de Tres Cruces en la CITA de las cinco y cuarto. La estaba esperando frente a la terminal, hasta que al fin llegó, poco antes de las siete. Vi que ni bien bajó del ómnibus, quedó hablando con una veterana y con una cuarentona que reconozco como funcionaria de un ente estatal. Se me hace que la veterana la he visto en la misma oficina. Habían llegado caminando a la terminal diez o quince minutos antes. No sabía que María las conocía, y de hecho un minuto más tarde confirmé que no sabía con quiénes había hablado. ¿Qué querían?, le pregunté cuando llegué hasta donde estaba. No sé; rarísimo, tiró como titular. Me explicó que le habían preguntado si tenía abono. Les dijo que no. Le pidieron el boleto. Para qué, le dijo María a la cuarentona, que era la que comandaba. Un esto y lo otro del trabajo o algo parecido, intentó argumentar, hasta que cortó de golpe y le dijo que ta, que si no quería darle el boleto que no se lo diera. Enterado, miré entonces a ver dónde estaban. La cuarentona se había subido al ómnibus, y hurgaba debajo y detrás de cada asiento. Bajó del coche con un mazo de boletos. Estaba como contenta. Los iba leyendo, supongo que la hora de partida, mostrándoselos a la veterana. A todo esto, llegó el coche que había salido a las cinco y media de Montevideo. Es un directo y llega casi junto con el de cinco y cuarto, que entra a Canelones. También al directo entró la cuarentona. Bajó con más boletos. Se los mostró a su compañera y se fueron, notoriamente satisfechas, sonrientes.
Me despistó un poco que, una cuadra más abajo, me pareció ver salir a la cuarentona de la Junta Departamental. Pero no estoy seguro.
Rarísimo, tenía razón María.