El lunes sobreviví al carnaval de La Pedrera. Me avisaron por todas partes que no tenía que hacerlo, pero fui. Una locura. Haberse visto, unas 25 mil personas interactuando en una recta de menos de un kilómetro, con el destacamento de la seccional policial vallado, con carencia de 'hombres del orden' uniformados y con lo que generan desinhibidores como el alcohol y otras drogas. Había tanta gente como población tienen muchas ciudades del interior del país. Todos los habitantes dispuestos en una misma recta, alcoholizados en su inmensa mayoría, sufriendo y generando continuos roces, mojaduras o 'ataques de espuma'.
La previa era con la noticia de un fallecido en un accidente de tránsito, generado por un conductor ebrio, que declaró ir "practicando juegos sexuales". La culpa era, supongo, del carnaval de La Pedrera.
No vi un solo desmán. Sé que los hubo, y que fueron neutralizados por la policía. Vi gente 'pasada', pero de fiesta. Es impensable. Habría que ver en unas diez horas cuántas personas llegan a la emergencia del hospital de cualquiera de las ciudades del interior que tienen entre 20 mil y 30 mil habitantes, y con qué tipo de lesiones. Esa cifra tomarla sin pensar que está toda esa ciudad abarrotada en menos de un kilómetro, interactuando, rozándose, empapándose, y con casi la totalidad de la población bajo los efectos del alcohol y/u otras drogas (me asombra cómo en 2012 trabajadores de prensa siguen hablando en sus crónicas de "alcohol o drogas", excluyendo al primero del grupo de las segundas). Lo mismo con las seccionales policiales de esas ciudades: ¿cuántas actuaciones tienen a diario?.
Sería oportuno preguntarle a alguien que trabaje en estadísticas cuál sería el nivel de probabilidad de desmanes, con tanta gente en tan poco espacio y en tales condiciones.
Supongo, entonces, que ganó la predisposición a divertirse. Mucha predisposición para divertirse hay que tener para ir en barra todos disfrazados de Pitufos, o de policías, de presos, ángeles, vikingos o de lo que fuese, con tamañas producciones, y neutralizando simplemente con la fiesta cualquier intento de frustrar la alegría en desmanes.
El mensaje de este carnaval es un problema: algo es posible, se cristaliza, autoconvocado, sin la participación de la institucionalidad, y sale bastante bien. Mejor que en muchos otros lugares, y con la particularidad de que no hay lugar para espectadores: es un carnaval en el cual, salvedad de los comerciantes (que en su mayoría aportan con atuendos y arreglos temáticos en las barras), todos son participantes directos, desde la pista.
Que algo casi anárquico no sea una debacle, es un mensaje inquietante, me imagino.
Como toda la previa fue de alerta de debacle, y la debacle no ocurrió, quienes estuvimos en la fiesta acudimos atónitos, pero sin negar una sonrisa irónica, a los informes de los medios nacionales mostrando los vestigios de la celebración, no muy diferentes a los de cualquier fiesta de la que participan más de 20 mil sujetos, pero en este caso presentados tales vestigios como alguno de los anillos del infierno que Dante atravesó en La Divina Comedia.
Sensato apareció un día después el jefe de Policía de Rocha, Oscar Miraballes, bajando tres cambios a la conmoción de lo que pudo haber ocurrido. Los medios no se rindieron. No cesaron con la idea de descontrol y posible tragedia, mientras anunciaban lo genial del carnaval de Melo, con Zaira Nara, anunciada por un cronista que resaltó todos sus atributos y lo exultantes que estaban los arachanes ante la modelo que, no perdieron oportunidad de mostrar, en medio del desfile se agachó para saludar al intendente Sergio Botana.