Ceno con Alfredo, Antonia, Pablo, Mariana y María. Juegan Gabriel y Julieta. Al calor natural de febrero, la obsesión árabe de Pablo y Alfredo le agrega el del horno a mis espaldas para un lehmeyun. Bisnietos de libaneses, suelen derivar sus conversaciones - aún sea mínimamente- en los desarraigos, en los cambios por ósmosis de los pueblos dentro de los pueblos, en el peso árabe en el castellano, en la cultura occidental y en mi comida de todos los días.
Entrada la cena, Alfredo me habla de un compañero de escuela de su padre que –‘si no digo mal’, se excusa- fue profesor en La Sorbonne. Es de apellido Pereda, y supone que es el mismo que acaba de ganar con un ensayo un premio internacional convocado por la UNAM, a lo cual estuvo dedicada una tertulia de los viernes de En Perspectiva.
No la escuché y no sé quién es, reconocí.
La vergüenza me llevó a enterarme que Juan Carlos Pereda Failache es el hermano de Susana, mi imborrable maestra de cuarto en la escuela 8.
Con 24 años, en 1968, se licenció en Filosofía y Ciencias de la Educación, y obtuvo - por su trabajo titulado “Los presupuestos de la ética kantiana”- un premio de la UNESCO por ser la mejor tesis de licenciatura otorgado por la Universidad de Nanterre. Aquí, ni enterados estaban. En 1974 se doctoró en Constanza, donde estudió becado por el gobierno alemán. Tras doctorado y maestría allí, fue profesor asistente durante tres años. Continuó desarrollándose en las mejores universidades de México, siendo actualmente uno de los más importantes profesores investigadores, según destacan diferentes páginas de ese país. Apuntan que ha realizado estancias posdoctorales en universidades de Inglaterra, Estados Unidos, España, Alemania y Argentina. Por aquí, ni enterados. Fue distinguido con la Beca Ford Foundation y la Beca Alexander von Humboldt. En 1998 obtuvo el Premio “Universidad Nacional” y en 2003 se le reconoció con la Cátedra José Gaos en la Universidad Complutense. Ni idea teníamos en Florida. Podía conocerse, en todo caso, que era el hijo de Pereda el de la tienda de Independencia y Rivera. Ni eso sabía yo, para empeorar el asunto.
Puedo seguir párrafos y párrafos, pero mis dedos, cada vez más torpes a medida que avanzo, parecen no soportar el peso de la vergüenza (aún hayan asumido la tarea de reescribir todo el post tras un corte de energía eléctrica que me hizo perder algo bastante parecido a esto, aunque más extenso).
Pereda ha avanzado todo ese camino y Uruguay (lógicamente Florida incluída), no se lo ha reconocido ni alcanzándole una silla para que se siente a descansar. Como bofetada adicional, el trabajo recientemente premiado habla sobre los aprendizajes del exilio. El filósofo piensa que “el exiliado recompone su pasado porque lo necesita”, pero “nada es para siempre en el pasado”. Florida debería temerlo, o tal vez ilusionarse con ello después de ningunearlo durante cuatro décadas.
Busco una foto de Pereda. La primera que encuentro está bajo un artículo titulado “el arte del ninguneo”. Cuestiones normales. Comí lehmeyun con dos bisnietos de libaneses de raíz árabe que cargan con su patria, mientras las ‘patrias’ (abstracción compleja si la hay, fuera de lo que delimite una frontera) pierde el hilo de quienes individualmente las alimentan, aún frente al olvido, si es que hay en realidad recuerdos que no sean individuales. Sería oportuno preguntárselo a un filósofo coterráneo, pero no sé si hay. El que menciono aquí tiene motivos de sobra para no querer sentirse tal.