No sé muy bien por qué, pero el caso es que es uno de los recuerdos de mi infancia que guardo con mayor nitidez (tenía 8 años).
El Seba (que tenía 6), jugaba frente a su casa, en el más grande de los dos jardines.
Me dice: "tengo un hermano que parece un chinito. Vení a verlo, vení".
Y fui.
Y efectivamente, sobre una colcha de una tonalidad de azul (los hombres solemos saber cuatro o cinco colores, con eso alcanza), sobre la cama, estaba 'el chinito', con los rasgos de todo recién nacido. "Se llama Juan Martín", apuntó Seba.
Acostado boca arriba, las manos como flotando en el aire, y nosotros mirándolo acodados sobre el colchón, supongo que con los pies en los patines (no me hago la idea de que Rosana nos hubiese dejado entrar sin utilizar los patines).
El caso es que ella acomodaba sus cosas y, contenta, nos miraba para estar pronta por si a alguno de los dos se le ocurría hacerle upa.
Después los años. Se me hace que pasaba más en mi casa que en la suya. Tomaba mate con mis padres (cosa que yo no, de ahí vienen mis complejos, o algunos) y repetía hasta el cansancio tanto haber comido 'arosh' y como pasado por la plaza 'Artivas'. Fue alumno de mi madre, y era 'sobresaliente'.
A medida que pasa el tiempo, paulatinamente se va perdiendo el rastro. De adolescente en sus cosas, con su gente, su barra, escuchando metal al nivel que el visor del volumen empieza a ser intermitente. Ya de pelotudote medio como que nos vemos, en promedio, cuatro o cinco veces al año. Abrazo, '¿cómo andás?', y 'sigo'.
El caso es que el Juan (Juanete, dicen que le dicen) le pega a la viola, cumple un año con su grupo Fuckir y, vaya festejo, se les presenta la oportunidad de telonear a 2' el domingo 30 en Troya. Incluso estuvo a tres milésimas de ser telonero de Marky Ramone. Un capo el Juan.