martes, 4 de septiembre de 2007

Libertad de prensa garantizada ¿También la impunidad periodística?*

El sobreseimiento del director del diario El Heraldo, Alvaro Riva, en el juicio por injurias iniciado por el ciudadano José Fermín Aspe Pérez supone un alivio y una confirmación de garantías para el periodismo, y en cierto sentido debería entenderse que lo es para la sociedad, pues indicaría que los medios no tienen obstáculos para poder comunicar a la ciudadanía; el consumidor y el leit motiv de los productos periodísticos. Pero me permito algunas discrepancias en cuanto a que esto último sea así en su totalidad siempre.

EL DERECHO ES EL DE LA SOCIEDAD A INFORMARSE
Y NO NACE PORQUE SÍ EN EL PERIODISTA
Uno supone (y defiende) que la garantía con la que debe contar el periodista es la de poder exponer su pensamiento con tranquilidad y sin vallas, así como aportar sin ningún tipo de obstáculos los elementos informativos en una noticia, o trasladar las expresiones de terceros sin que el medio o el periodista (el mensajero, en fin) sea el condenado en caso de una acción penal o civil por los dichos (lo que lamentablemente no sucedió con Dino Cappelli y Alvaro Aguiar, del semanario Punto y Aparte de Sarandí Grande).
Pero es objetable que esa garantía, concebida para lo antes dicho, coloque al periodista en un sitial de impunidad pase lo que pase y diga lo que diga, ya que en nombre de la libertad de prensa un sujeto puede maniobrar a su antojo por sobre la honra de otros. Riva entiende que la ley “debe garantizar el libre ejercicio de la profesión y salvaguardar el derecho de la sociedad a la información, que es un derecho que debería prevalecer sobre el derecho a la salvaguarda del honor”. Del mismo modo lo entendió Milton Cairoli en 1999 cuando, siendo ministro de la Suprema Corte de Justicia, argumentó en una sentencia que el derecho a informar debe colocarse "en un plano superior al de los otros derechos civiles".
Aunque comparto en gran medida, hay que reconocer que es materia cuestionable, principalmente por lo expuesto por el propio Cairoli en la misma sentencia, al decir que el concepto de libertad de expresión que surgió en la Declaración de los Derechos y Deberes del Hombre y el Ciudadano en 1879 fue ampliado por las Naciones Unidas con el concepto de derecho a la información, "al que deben acceder no sólo los periodistas o empresarios de la información, sino toda persona independientemente de su condición". Fundamentó así que la libertad con la que debe contar el periodista nace no por sí misma, sino de la libertad de la ciudadanía. En pocas palabras: la libertad de prensa no es la libertad del periodista por sí sola, sino la de los ciudadanos a informarse o a ser informados, que aunque pueda resultar similar, lejos está de serlo.
Por esto es que, como un bien preciado que es la libertad de expresión, como la de prensa y como debería ser la de información, corresponde al periodista hacer un uso adecuado de ésta y no aprovecharla para disparar a su antojo contra quien se le ocurra, pues de ese modo estaría utilizando su libertad individual como periodista y no la que le da vida a esta, que es la de la ciudadanía a estar informada.

IMPUNIDAD INFORMATIVA
El análisis tiene también otro interesante quiebre, y es el de la difusión de información no verídica que afecta a un sujeto o a una colectividad. El periodista, amparado en la impunidad de la libertad de prensa, puede (y en muchos casos ‘suele’) publicar elementos informativos carentes de cualquier rigor, sin temer pena por lo que está dando como cierto. Mal puede un periodista aseverar, publicando la información debajo de una fotografía, que el conductor que se muestra en la nota gráfica sufrió un accidente por encontrarse en estado de ebriedad y esto no ser así. ¿Puede el periodista ampararse en la libertad de prensa para realizar este u otro tipo de afirmaciones, rasgándose las vestiduras al pedir que lo dejen ejercer libremente su función esencial para la sociedad?
El filósofo francés Jean-François Revel, en su libro “El conocimiento inútil”, publicó uno de los análisis más claros, conciso y a la vez sencillo (aunque profundo) que he leído al respecto: "cuando un periodista es criticado porque falta a la exactitud o la honradez, la profesión ruge fingiendo creer que se ataca al principio mismo de la libertad de expresión y que se pretende "amordazar a la prensa". El colega no ha ejercido, se oye decir, más que "oficio de informador". ¿Qué se diría de un dueño de restaurante que, sirviendo alimentos en malas condiciones, exclamara, para rechazar la crítica: ‘¡Oh!, por favor, dejadme cumplir mi misión alimenticia, ese deber sagrado. ¿Acaso sois partidarios del hambre?’…”

LA LIBERTAD DE EMPRESA
Fuera del análisis de los aspectos abordados en los anteriores párrafos, los juicios contra periodistas o medios nos han llevado siempre a razonar acerca de la libertad de prensa, la de expresión y la de información, que si bien deberían ir de la mano, no siempre lo van.
Llama la atención cuando dueños de medios le reclaman al Estado la libertad de expresión y de prensa, pero en sus redacciones apuñalan la libertad de información, corriendo, desplazando y trasladando, cuando no despidiendo, a los periodistas que puedan manejar elementos que políticamente no sirvan a sus amigos o allegados.
Personalmente considero –y él lo sabe- que Alvaro Riva es el periodista floridense que más enriquece en el departamento el debate sobre la libertad de expresión, pero es también defensor de la libertad de prensa como libertad de empresa, es decir de la libertad que suelen tener los dueños de los medios de manejar la información a su antojo, suprimiendo o eliminando aquellos elementos que puedan causar daño político a sus aliados partidarios o de poder.
Los argumentos esgrimidos al defender la libertad de expresión y al reclamar ante el Estado la libertad de prensa, deben ser los mismos sobre los que se debe basar el director o propietario de cualquier medio al momento de decidir si se puede o no hablar sobre alguien o algo, es decir al momento de maniobrar por sobre la libertad de información. De lo contrario el director sería, más que un campeón de la lucha por la libertad de expresión, un campeón de la hipocresía.

* El caso Riva-Aspe no motiva la totalidad de estos párrafos. Incluso considero que sentenciar a prisión al periodista sería algo exagerado, aunque sostengo que lo de 'septicemia mental' fue un exabrupto bastante 'pesado'.