lunes, 28 de abril de 2008

Los entierros de mi inocencia

Cuando César di Candia quiso darle su primer beso al periodismo, recibió una bofetada. Había preparado un informe sobre la explotación a la que estaban siendo sometidos los trabajadores de un arrocera rochense. En su artículo describía hasta el mínimo detalle del sistema de vales de cartón que la patronal emitía para no dar dinero a los obreros, obligándolos a comprarle a la propia arrocera lo que necesitaban para sobrevivir.
El entonces aspirante a periodista conocía a un editor de un importante diario montevideano. Era el padre de un amigo suyo, por lo cual tenía un pie adentro del medio. Iba a arrancar con ese informe, que prometía tener repercusiones. Cuando cerró los ojos y acercó sus labios para vivir el momento mágico del primer beso, sintió cómo una mano explotaba en su mejilla. El padre de su amigo le explicó que aquella arrocera era anunciante del diario, por lo cual tenía que olvidarse de la posibilidad de publicar el artículo. “Ahí aprendí mi primera lección sobre periodismo: nunca escribas contra los avisadores del medio, porque esa nota no va a salir”, explicó Di Candia el viernes pasado, tras narrar la infortunada historia, en una tertulia organizada por el grupo de maestros jubilados José Pedro Varela de la ciudad de Florida.
Lo llamativo es que en ningún momento se manifestó resignado ante esa escena que, según contó más tarde, se le confirmó como regla en muchos de los diarios para los que trabajó. Dejó ver que fue sólo la desilusión del principio; supongo que después se acostumbró a la regla de tener que evitar temas, o simplemente datos, para no chocar con avisadores y evitar así la censura de los editores. Sumó anécdotas a la tertulia, dejando claro que no sólo era cuestión de empresas que publicitaban, sino también de personas “respetadas” por la dirección del medio para el cual se escribe. Entre anécdota y anécdota, justificó que ello fuese así, pues los medios no son empresas que vivan de caridad, sino que son eso, empresas, y como tales necesitan que les vaya bien en los negocios.

Di Candia no dijo nada que no se sepa, ni que esté fuera de lo que pueda catalogarse de real, pero igual así me sorprendió por cómo tiene internalizado el asunto, como si fuese un tema sensato, lógico. Le pregunté dónde quedaba la credibilidad del periodista si éste estaba dispuesto a no incluir datos relevantes en sus notas, o directamente a no abordar determinados temas para poder mantenerse en el medio. Se limitó a responder que durante los once años que estuvo en Búsqueda gozó de la más absoluta libertad para poner lo que quiso, y que incluso los editores se enteraban de quién era el personaje de su entrega el día antes de ser publicada la entrevista.
En el mismo tono, insistió más adelante que su experiencia le enseñó a no subirse a “caballos podridos” para no caerse, pero siguió sin referirse a ello como una valla para trabajar libremente, sino abordándolo como una condición laboral más a la que uno se somete sin objeción alguna, pues es una norma básica e incuestionable. Al menos así se percibió.
Y yo, que asisto seguido al entierro de mi inocencia, continué con otras preguntas, buscando convencerme de que aquello sólo era una mala interpretación mía sobre la concepción del prestigioso periodista. Pero no. Atento a que había comentado que los editores eran los que cargaban con el trabajo de no dejar pasar las notas que atentaran contra avisadores o “amigos” del medio, le pregunté sobre un editor en particular, sobre un defensor cerrado de la libertad del periodista para escribir sobre quien sea y sobre lo que sea (siempre y cuando maneje datos veraces). Le pregunté si ahí no había un caso donde el periodista se podía sentir tranquilo para elegir el tema y obtener datos. Me dijo que sí, que “puede ser”, pero que así le había ido a ese editor por “hablar más de lo que podía hablar”. Es “brillante” –dijo-, pero “no entendió” que contra algunos “no se puede” escribir, y narró a grandes rasgos el hecho que alejó al periodista en cuestión del último medio para el cual trabajó como editor.

Tuve después la oportunidad de un mano a mano con di Candia. Fue ameno y fugaz. Hablamos un poco más sobre esto último. Le expliqué que como lector quería ver a ese editor trabajando, pero siendo como son las cosas, lo prefería fuera de los medios, porque es una señal de que se mantuvo defendiendo y reclamando las libertades básicas para trabajar y ser creíble. Reconoció que es admirable (si bien no lo dijo, dejó claro que lo veía como un ‘romántico’), pero siguió justificando la situación tal como está planteada, con la libertad de empresa por encima de la de expresión y de información.

El viernes no lo terminé bien. Andaba, como otras tantas veces, arrastrando el féretro de mi inocencia, como mi amigo que estudiaba su mayor vocación, Derecho, y un día fue a consultar a un conocido abogado sobre cómo se dirimía un caso hipotético, y el profesional lo despertó que eso lo acordaban los patrocinantes “por afuera”, lo que “siempre fue así y seguirá siendo así”, por más que choque contra las normas morales y hasta con las jurídicas. Es –supongo- la realidad innegable, pero no única ni justificable.

sábado, 26 de abril de 2008

Hacerlo no está mal. El tema está en decirlo

Alguna vez Julio María Sanguinetti le recriminó algo a Hugo Medina. Fue reconocer públicamente que había dado órdenes de torturar. No le recriminó pedir que se torture a alguien, sino reconocerlo en una entrevista que le hizo César Di Candia para el semanario Búsqueda en 1991.
Anoche el entrevistador brindó un taller en el Centro Comercial, invitado por el grupo de maestros jubilados José Pedro Varela en el marco de los 199 años de la fundación de la "Villa de la Florida".
La idea de la charla, a la que asistieron unas treinta personas, era que el periodista narrase su carrera, su obra, y en el desarrollo fuese mechando anécdotas. Así sucedió.
Describiendo “lo pintoresco” de algunas situaciones y el apoyo de “la suerte” en el trabajo, recordó entre otras una entrevista que le realizó a Hugo Medina en 1991, cinco días después de cumplir los tres años de retiro. Los generales del Ejército tienen (o tenían) como norma no hablar en entrevistas hasta tanto cumplir tres años de haber abandonado la actividad. Di Candia no lo sabía, pero la suerte quiso que se le ocurriera pactar la charla justo cuando la veda estaba terminando. “¿Dio órdenes de torturar?”, preguntó el periodista en un momento. “Di”, reconoció el entrevistado.
Estaba previsto sacar la nota en tres ediciones, pero atento a la confesión del general Medina, valía la pena mandarla de una. El mismo día estaba agotada la edición. “La gente sacaba fotocopias”, contó anoche el autor de la nota. Las agencias internacionales escribieron sobre esa palabra de dos letras que se presentaba como el primer reconocimiento por parte de un militar de la utilización de torturas en los “interrogatorios” a presos políticos durante la última dictadura uruguaya, lo que –independientemente de lo que haya ocurrido políticamente o judicialmente- aumentó más aún el prestigio del periodista.
Como al pasar, casi como un detalle menor e insignificante, Di Candia contó que días después de ser publicada la nota llamó a Medina para saber qué repercusiones había tenido ésta en su entorno. Según el periodista, el general le contó que sus camaradas lo habían llamado para felicitarlo, pero no así Sanguinetti*, quien si bien lo telefoneó lo hizo para decirle que era “un idiota”, y para preguntarle “por qué hablaba cosas que no tenía que hablar”. Por haber torturado, nada.

* Di Candia contó anoche que Medina le dijo que “lo había llamado Sanguinetti, que en ese entonces era el presidente”. La entrevista de Búsqueda fue publicada en 1991 (según indica Wikipedia), es decir cuando ya había comenzado el período de gobierno de Luis Alberto Lacalle. Deduzco que el error de Di Candia fue el temporal y no el de identificación del sujeto que llamó al confesado militar.

PD: La charla de De Candia en sí motivará otro post.

lunes, 7 de abril de 2008

Roll over (white)

Aunque no lo va a decir hasta mayo de 2009, Cacho Vidalín ya sabe qué hará después de las elecciones internas. Seguirá el consejo de Jorge Washington Larrañaga: acoplarse a Alianza Nacional, es decir un camino muy similar al que recorrió el propio actual presidente del Honorable, que sin chistar asumió, cuando tuvo que hacerlo, el papel de escudero de J. A. Ramírez.
El dato me lo pasaron este fin de semana y los antecedentes que tengo con esta fuente me llevan a poder tirar la versión sin demasiados temores, casi seguro diría.

En síntesis: Vidalín pretendía ampararse ahora mismo en el ala de la 2004, pero Jorge Washington le hizo entender que, si efectivamente quería crear una imagen propia, debería tirarse por su cuenta en las internas para después de éstas sí encolumnarse tras algunas de las listas "pesadas" al Senado. Si Lacalle llega a ganar la interna, esto no cambiará, pues reenlistarse al Herrerismo no es un paso que el intendente de Durazno esté dispuesto a dar después de la lacrimógena salida, y la otra alternativa, que sería aspirar por su propia cuenta al Senado, es algo para lo cual las encuestas sobre intención de voto no le dan los mejores augurios.

En 1999 Larrañaga se plegó a la plancha de Ramírez, y comenzó así a marcar su propio camino. No le fue tan mal: un lustro más tarde ganó las internas y se encamina a ganarlas de nuevo a una década ya de aquella decisión estratégica. Es más: hoy por hoy podría decirse que "tiene posibilidades" de ser el próximo presidente de la República, independientemente de que el candidato frenteamplista pueda tener "más posibilidades" (o no).

Por la misma fuente supe que Francisco Gallinal ya tiene negociado su respaldo a la precandidatura de Lacalle, lo que aporta un ítem más a la lista de motivos por los cuales Beatriz Argimón abandonó CorrentadaW para adherirse a AlianzaN. Tal vez, entre otros motivos ya explicados por la diputada, también venía venir una adhesión a Lacalle y no al guapo, y eso para muchos blancos es asunto serio, especialmente para los que pretenden pararse lo más distanciadamente posible de la derecha de la interna.

sábado, 5 de abril de 2008

"Afortunadamente", más allá de todo

Hace un año o dos tuve que hacer trasbordo para llegar desde Florida a Kiyú, donde se estaba desarrollando el campamento de la Juventud Socialista. Coordinamos con un amigo para que en Tres Cruces me levantara uno de los disertantes de esa tarde, el contador Alvaro García, presidente de la CND. No tenía el gusto, más que a través de los medios. Incluso diría que fundamentalmente sabía más sobre él por su relación a la murga de Sayago.

Hablamos prácticamente durante todo el viaje, con el espectáculo Contrafarsa 2003 (estoy casi seguro) como cortina musical de fondo. Noté que quería aprovechar para saber cómo se observaba ese momento del gobierno nacional, su relación con el FA, etc., desde la perspectiva del joven frentista. Por lo visto no tuvo mayores sorpresas en ese sentido, aunque sí lo noté satisfecho de confirmar algunas de sus hipótesis.

Por mi lado quedé por demás entusiasmado que alguien que aún le faltaba más de un lustro para llegar a los 50, con una exitosa carrera profesional, pudiese tener y transmitir con claridad las ideas de un "proyecto país" con un mismo horizonte hacia el cual uno cree dirigirse. Claro, de todos modos tenía mis objeciones para varios de sus comentarios, pero no importaban luego de dos o tres párrafos casi que narrados a pedido sobre una serie de temas que me preocupan más y que no menciono puesto a que su opinión fue dicha en un ámbito cerrado.

Ese día, o mejor dicho la semana después a ese sábado (estoy casi seguro que era sábado, por un hecho concreto) , no cerró bien para García. Su intervención casi íntegra, con entrecomillados y hasta paréntesis (que confirman que hubo grabación), fue página 3 de Búsqueda el jueves inmediato. No es que haya dicho algo para esconder, sino que en un ámbito con características muy particulares y tirando ideas "en confianza" dijo, entre otras cosas, que tal vez había que firmar no un TLC con EEUU sino catorce, en plena discusión y alusión a trenes que pasan o que atropellan entre canciller y presidente de la República.
El caso es que siempre me quedé con esa idea: ¿Por qué un tipo joven, que concibe el socialismo desde una realidad contemporánea y no a partir de la Rusia del zar, es casi una excepción en un gobierno de izquierda? ¿Por qué no podría asumir una secretaría de Estado?

Pensé siempre que, tal como están las cosas, podía esperar morirme antes de ver un ministro de 45. Hoy, tras conocer esta noticia, hasta se me ocurre que puedo llegar a ver uno de treinta y pico, como los tenía García cuando fue nombrado gerente de planeamiento y control de gestión y costos en Pirelli Cabos Energía y Telecomunicaciones, en San Pablo.

Más allá de cómo esté concibiendo el mundo: por suerte.