martes, 11 de marzo de 2008

Cosas para comentar en la aldea

“Un crimen pa comentar / un samba pa divertir / Dios le pague” (Chico Buarque)

Terrible espectáculo. Escalofriante. Un niño tendido en el hormigón, tapado por una sábana blanca, y familiares que llegan de a uno hasta la esquina no pudiendo evitar el llanto apenas se topan con la escena. Doce años, no más que eso, y un choque con un ómnibus terminó de golpe con todo. Fue en el instante, como sucede casi siempre que es atropellado a nivel del cráneo. Es terrible.
El silencio es casi sepulcral en la esquina. Prácticamente pueden sentirse los clicks de las cámaras. ‘Casi’, porque son las 11 de la mañana, es una zona de circulación constante y en las calles paralelas, a cien metros, todo sigue normalmente. ‘Casi’ porque policías van y vienen. ‘Casi’ porque hay llantos y quejidos desgarradores de una familia, entre abrazos; y ‘casi’ porque decenas de decenas de personas están ahí en silencio, aunque casi en silencio, pues el murmullo parece una inevitable cortina ambiental.
Los que no tenemos otra que ir a sacar al menos una foto o, en el caso de los canales, algunas tomas, parecíamos coordinados: estuvimos no más de lo necesario para hacer lo nuestro. Incluso postergamos para la tarde el recabar los datos básicos, para salir de allí. El movilero de la radio parecía escondido, colocado, después de ver todo, en una posición desde la cual ya no veía el cuerpo.
Vecinos, conocidos o no, sujetos que llegan desde varias cuadras de distancia, se estancan ahí trazando una circunferencia en la esquina, como esperando algo. Si algo iban a ver, ya lo vieron: un niño que perdió la vida y una familia desesperada. No entiendo. Hago fuerza y no entiendo.
Después de las primeras dos o tres fotos, siento a pocos metros que una mujer habla con un conocido. Amamantaba un bebé de poco menos de un año parada en la esquina, mientras miraba todo aquello como quien mira la novela de las tres de la tarde. La escucho comentar que su hija, de la misma edad de la víctima, fue testigo muy cercana de lo ocurrido. Pensando que en la crónica tendré que narrar la parte fundamental de la secuencia, se me ocurre preguntarle cómo se dio el accidente. Es decir por dónde venía cada cual, dónde fue a dar contra el ómnibus, o mejor dicho en qué parte de éste, etc.. Palabras más, palabras menos: “No sé bien, porque ella llegó como loca a casa, porque vio cuando el ómnibus lo atropelló. Me parece que quedó mal (supongo que quiso decir ‘afectada’ o ‘shockeada). Se ve que vio todo de cerca, y quedó como loca. Yo me vine para acá enseguida a ver cómo era, pero ahora después voy a volver a casa para ver cómo está, porque me parece que vio todo de cerca y quedó mal”.
Lo peor es que a este caso puntual, propio de alguien que no tuvo, ni biológicamente ni pedagógicamente, todas las herramientas a su alcance para razonar lo más lógico, se sumaban decenas y decenas, cien o doscientos “curiosos”, como los llaman en las crónicas policiales. Había conocidos profesionales incluidos en la masa de “curiosos”. Haciendo nada. Mirando. No sea cosa que después se hable del caso en el barrio o en el trabajo y uno no pueda decir “yo estuve ahí” (viendo cómo se desgarraba una familia frente a su niño muerto, tirado en el pavimento).

Mientras me retiro y siento que un trabajador de la obra de la otra esquina, en la UTU, se queja en voz alta "¡qué están mirando, cada cual para su casa!", se me vienen, inevitables, los versos de Chico Buarque en Dios le Pague. Para eso estamos o vale la pena estar, según parece. Dentro de algunos años aquí también morirán a contramano entorpeciendo el tránsito, por ahora no; sirven para poder verlo en vivo.